Cebollas y gente "guay"


Tardé muchos años en apreciar  el sabor y las virtudes de la cebolla. Me pasó lo mismo con el ajo, los pimientos (excepto los de Padrón y/o Herbón) y con la piel del pollo. Con la edad uno se da cuenta de que el gusto también madura. Lo que me sigue costando una barbaridad es picar la cebolla. Siempre acabo llorando como una Magdalena.
La observación es uno de los pilares de la ciencia, pero lejos de pretender postular alguna hipótesis sobre la conducta humana lo único que pretendo con estas líneas es  realizar un ejercicio de exorcización, lo hacen y lo han hecho muchos grandes escritores antes,  y una puesta en escena.
¿Cuánta gente “guay” tienes a tu alrededor? Mi amigo Rafa, de TVE, con el que compartí horas de sudores atizando golpes inhumanos con una raqueta a una pequeña pelota que se estrellaba inmisericorde contra las tres paredes de un habitáculo claustrofóbico, pues como decía, Rafa y yo nos hemos encontrado hace unos días en el taller mientras unos buenos operarios calzaban con zapatos nuevos nuestros respectivos vehículos. Durante ese tiempo hemos hablado de cebollas, es decir, de gente “guay”, es decir de tipos como Superman o Superwoman.


Sonrisa de oreja a oreja, palmaditas en la espalda, entran fácil en conversación y a los dos minutos te preguntas ¿Qué hace este/a aquí?, porque el tema  del que estabais hablando se convirtió por arte de magia en “yo hice, es que yo, yo he visto, estuve en,  mira que me pasó el otro día curioso verdad…”. Pero los hay que son tan sutiles que tan solo te das cuenta horas más tarde cuando reflexionas sobre las tonterías que has dicho tu mismo, al hilo de la egoísta conversación que se ha inventado el/la chico/a “guay”. Al final has sido testigo de excepción, ¿qué digo?, colaborador necesario para la mayor entronización del sujeto “guay”.
Los “guay” patosos, que los hay (muy evidentes si son personajes públicos), pronto se convierten en caricaturas de si mismos y pasan a formar parte del arquetipo de los horteras, paletos y, además, hijos de… (suelen ser tan egoístas que pisan lo que haga falta sin tener en cuenta los daños colaterales).
Los peligrosos son los otros, los invisibles;   los anteriores también tienen su peligro pero se les ve venir. 
Es el momento de hablar de las cebollas, de los seres camiseta. Me explico. En noches electorales se les ve en la sede del PP porque creen que van a ganar y al día siguiente en primera fila de celebración del PSOE (dependiendo de la convocatoria electoral, cambie el lector el orden de factores según los resultados, que no se va a alterar el producto). Hoy llevo esta camiseta pero, como Superman o Superwoman, me la quito y tengo otra muy distinta debajo. Siempre tienen otra debajo.
Hoy hablo bien de la Ciudad de la Cultura y mañana le doy brasa en el programa de un “progre”. Soy un graciosillo en la tele y puteo a los compañeros. Fíjate que majo y que listo soy pero uso la misma plantilla de preguntas con Paul Auster y con Isabel Pantoja. Hoy se me llena la boca hablando de sindicalismo y después acudo al centro de poder para arreglar “lo mío”. Cuando arreglar irregularmente lo de uno significa inexorablemente pisar lo que se ha ganado por derecho otro, pero con no mirar… 
Siempre hubo y siempre habrá gente “guay”. Sin embargo su visibilidad actual llega a extremos que solo pueden ser explicables gracias a la cultura  de los tiburones que empezaron de “guays” imitando estereotipos importados que hablaban de “yupis” y derivados. Gente atroz e insolidaria, gente que hace de la virtud oficio, de lo trivial virtud, de su modus vivendi  filosofía y de su modus operandi desolación.

La cebolla bien picadita sirve de base para mis pescados y carnes al horno, para mis fideuas; cortada en anillos grandes y rebozada en huevo y harina va a la sartén con aceite muy caliente y queda deliciosa. ¡¡Comamos cebolla!! Pero vigilemos a los “guay”.

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